Abajo los muros de las prisiones

Abajo los muros de las prisiones” es un recurrente eslogan utilizado por el movimiento anticarcelario en su llamado a acabar con las cárceles como herramienta del Estado opresor. Lejos de parecer una idea obsoleta, esta consigna está más actual que nunca, ya que el uso de la prisión se ha extendido y masificado por todo el planeta, sin producirse la reducción de los delitos. Veintitrés años después de comenzado el nuevo siglo, ya hemos batido todos los records de personas encarceladas en el mundo, casi 12 millones. De todas ellas, una tercera parte, son inocentes, es decir, todavía no han sido juzgadas ni declaradas culpables. Este dato alarmante nos lleva a otro no menor, la afectación directa por la pena de prisión de 23 millones de criaturas, estos es, el 1% de toda la infancia mundial tiene a su padre o madre encarcelada.

La pena que nació como una humanización del castigo, con la finalidad de disciplinar los cuerpos para el sistema capitalista y el heteropatriarcado, se ha convertido en la actualidad en una forma de neutralización de la persona encerrada desde la venganza. Las condiciones de vida que impone la prisión, afecta negativamente todos los aspectos de la vida humana y de forma preferente a aquellas personas que están más excluidas por el sistema económico depredador. El colonialismo capitalista genera una violenta desigualdad extrema y la forma de gestionar el empobrecimiento que engendra es “librarse” temporalmente, o no tan temporalmente, de estos “desechos”. De ahí que aparte detrás de unos altos muros, fuera de las ciudades, férreamente custodiados por las policías, a millones de personas empobrecidas, racializadas, con serio sufrimiento emocional, con consumos problemáticos, desahuciadas, abandonadas…

Además, comprobamos que existe una aplicación desigual de esta pena, ya que las prisiones están llenas de personas empobrecidas, con una sobrerrepresentación de ciertos colectivos (extranjeras, racializadas, indígenas, discapacitadas, etc.). La construcción social del delincuente nos impide ver como tales a aquellas personas que se lucran con las explotación del trabajo ajeno, que cotizan en el IBEX-35 y cuyo daño social económico es de grandísimas proporciones. En cambio la discriminación y la selectividad penal funciona perfectamente con aquellas personas no normativas, o que viven en las periferias, con tonalidades de pieles más oscuras, inconformes con su realidad.

La cárcel también es sinónimo de violencia, una violencia implícita y explícita de un sistema basado en el dolor, la pena y la venganza. Incluso la mejor cárcel resulta sustancialmente inaceptable, generadora de indignidad humana. La pena de cárcel es un castigo que no reinserta, dado que la mayor parte del presupuesto empleado se utiliza en medidas de seguridad y las tasas de reincidencia son altas debido a su carácter criminógeno (esto es que reproduce el delito); que empobrece a una mayoría, ya que cuando las personas salen, habrán perdido sus empleos y sus bienes (si los tenían) y en algunos casos hasta sus familias; que enferma, pues las condiciones de encierro provocan dolencias físicas y psíquicas, muchas de ellas irreversibles; que castiga a inocentes, debido a que la condena se extiende a toda la familia y personas allegadas que no han  cometido ningún delito; que estigmatiza, dificultando sobremanera la reincorporación de las personas al lugar de procedencia; que no repara a la víctima pues se basa fundamentalmente en la vendetta y no en la responsabilización ni la reparación del daño; que reproduce la violencia, ya que esta es una parte inescindible de las instituciones totales y no podría funcionar sin la misma. A lo que se podría añadir un largo etcétera.

Hoy en día, en nuestro país, la cárcel se ha desdoblado en otras realidades espejos llamados Centros de Internamiento de Extranjeros (CIEs). Auténticos campos de concentración modernos donde se condena al encierro a personas sin haber cometido delito ninguno. Lugares de no derechos y de máxima expresión del poder punitivo del estado, donde se cercena el derecho humano a circular libremente y elegir la residencia en el territorio de un país. Por eso también es importante exigir el Cierre de los CIEs y el derecho a migrar de forma segura.

Sabemos que todos estos muros no caerán solos, hay que derribarlos y crear alternativas para resolver las causas, los conflictos y reparar los daños. Mientras tanto, habría que reducir el uso de la prisión a su mínima expresión para lograr desaparecerla algún día. ¿Cómo podemos hacerlo? Algunas propuestas pasan por ampliar las concesiones de terceros grados, incrementar las penas alternativas y acabar con la violencia extrema que suponen los primeros grados o el régimen de aislamiento; o legalizar y regularizar la producción, distribución, venta y consumo de drogas; incentivar la justicia transformativa; reparto de la riqueza y reducción de las condiciones de empobrecimiento con la renta básica de las iguales… Todo ello solo será posible con más organización, comunidad y apoyo mutuo. En ello estamos, en construcción.

Alicia Alonso Merino

Fuente: Desinformémonos, 24-III-2024

¿Quiénes son y qué han hecho la mayoría de las personas presas?

Continuamos publicando los interesantes artículos de Ignacio González Sánchez que se pueden encontrar en http://thesocialsciencepost.com/. En este, analiza los datos estadísticos oficiales sobre la población presa hasta llegar a la conclusión de que «el perfil de las personas encerradas en la cárcel se corresponde con el de los sectores de la población que se encuentran en un mayor riesgo de exclusión social, si no se encuentran ya en esa situación: personas jóvenes, con escasa cualificación –trabajos precarios– y bajo nivel educativo, con situaciones familiares poco estables y con delitos relacionados con las drogas, y una importante proporción de extranjeros.

¿QUIÉNES SON Y QUÉ HAN HECHO LA MAYORÍA DE LAS PERSONAS QUE ESTÁN EN LA CÁRCEL

Tras el breve paréntesis de la entrada anterior, retomo la cárcel. Para poder elaborar una discusión útil en torno a la misma (y, en definitiva, los presos), es apropiado hacerlo en base a quienes realmente componen la realidad carcelaria. Sin restar ni un ápice de la importancia simbólica y del impacto personal o familiar que tienen los delitos violentos, es necesario debatir sobre la cárcel con la consciencia de que la gran mayoría de los presos no responden al perfil de asesino-terrorista-violador. Si se acepta la cárcel por la existencia de estas personas, hay cerca de 60.000 presos y presas que no responden en absoluto a este perfil, y para las que se podrían buscar alternativas.

Los datos que siguen a continuación son fundamentalmente de 2009. No es de gran importancia porque las características de la población carcelaria apenas han variado en las últimas décadas, y así podemos usar los datos oficiales del mismo año que la encuesta existente para completar la escasa información disponible. En todo caso, en referencia a qué gente está encerrada en prisión, el 92% eran hombres, y el 8%, mujeres. Por edades, los grupos más numerosos son los que comprende los tramos de edad entre los 25 y los 40 años, que agrupan al 56% de los presos. En cuanto a la nacionalidad, cabe destacar que el 35’71% eran extranjeros (este dato sí se ha reducido en los últimos años, a raíz de un cambio en la política de expulsiones).

La tipología delictiva se distribuía de la siguiente manera:

El conjunto de delitos más numeroso es el de delitos contra la propiedad y delitos contra la salud pública. Los delitos graves son muy minoritarios, y se puede afirmar que en torno al 70% de los delitos que llevan a prisión están relacionados directa o indirectamente con las drogas ilegales (robos para pagarla, venta, ajustes de cuentas, etc.). Por otro lado, en torno al 60% de los presos tienen un nivel educativo reglado bajo (educación primaria completa o incompleta).

Ante la limitada existencia de datos oficiales, hay que recurrir a otras fuentes para tener un perfil más completo, como encuestas a los propios presos. De una encuesta publicada en 2010, se desprende que en la muestra hay una sobrerrepresentación (respecto de la población general) de trabajadores no cualificados (casi el doble) y de trabajadores vinculados al mundo de la hostelería (sector que no destaca por sus buenas condiciones laborales). En total, el 56% de los presos de la muestra se agrupaban en estas dos categorías, mientras que en la población general suponía un 30’5%.

En términos de familia, la mayoría de los presos encuestados tenían padres y madres con trabajos poco cualificados y niveles muy bajos de estudios (entre otros, el 10% de los padres y el 15% de las madres son analfabetas). El 80% proviene de familia numerosa y uno de cada tres tiene, o ha tenido, algún familiar preso. Casi el 30% no tenía vivienda propia (en propiedad o alquiler) en el momento de ingresar en prisión, y dependían de otras personas para tener un techo (familiares, amigos, instituciones). Casi el 4% vivía en la calle.

En conclusión, el perfil de las personas encerradas en la cárcel se corresponde con el de los sectores de la población que se encuentran en un mayor riesgo de exclusión social, si no se encuentran ya en esa situación: personas jóvenes, con escasa cualificación –trabajos precarios- y bajo nivel educativo, con situaciones familiares poco estables y con delitos relacionados con las drogas, y una importante proporción de extranjeros. Aquí surgen muchas cuestiones interesantes, de las cuales me gustaría dejar señaladas un par, a modo también de propiciar discusión.

Por un lado, la variable más compartida por los presos sigue siendo el hecho de haber delinquido. Más exactamente, haber delinquido, haber sido descubierto y condenado. En los orígenes de la Criminología –y, desafortunadamente, aún hoy a veces– se estudiaban las características de los delincuentes a través de las características de los presos. Habitualmente concluían que los delincuentes eran personas menos inteligentes que los no delincuentes –y, casi todos, pobres, lo que justificaba una persecución aún más dura contra ellos–. Más allá de lo inapropiado de distinguir entre “personas delincuentes” y “personas no delincuentes”, les llevó bastante tiempo darse cuenta de que sólo estaban estudiando a aquellos delincuentes que habían sido descubiertos, y que aquellos con mucha inteligencia se las ingeniaban para no ser pillados. Con el tiempo se vio que esta “inteligencia” muchas veces tenía que ver, en realidad, con la clase social y los recursos de quien delinquía, así como con el tipo de delitos que el sistema penal perseguía (i.e. robo de gallinas vs fraude fiscal corporativo). Así, en el funcionamiento normal del sistema penal, se ha ido demostrando cómo las variables que hacen que una persona acabe en prisión tienen que ver más con su posición social que con sus características personales. El delito está repartido más aleatoriamente –y no lo está– que la pena de prisión.

Si uno es capaz de olvidarse de toda la teoría jurídica que explica y justifica el encierro debido a haber delinquido (en cuyo caso se echaría de menos a muchos más presos en la cárcel –ejemplos “actuales”: alcaldes y concejales; policías y banqueros–), y es capaz de entrar en la cárcel, sin prejuicios, a observar a quién se encierra allí, la respuesta más probable será que a pobres o personas que no tienen nada. Si uno se olvida de la justificación actual de la cárcel (instrumento contra la delincuencia) y se va a sus orígenes históricos, relacionados abiertamente con el encierro de pobres que habían llegado a la ciudad con la revolución industrial (sin necesidad de que hubiesen delinquido), la sensación puede cobrar un poco de sentido. Que los orígenes históricos de la cárcel se encuentren en el encierro de pobres no quiere decir que hoy la cárcel exista para encerrar pobres, pero el origen del encierro es un tema que trataré en la siguiente entrada.

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Bibliografía:

(Algunos) Datos de Instituciones Penitenciarias sobre presos: Aquí

Gallego, Manuel, Pedro J. Cabrera, Julián C. Ríos y José Luis Segovia (2010), Andar 1 km en línea recta. La cárcel del siglo XXI que vive el preso. Madrid: Universidad Pontificia de Comillas. (Ver gráficas del libro).

Ríos Martín, Julián Carlos y Pedro José Cabrera Cabrera (1998), Mil voces presas. Madrid: Universidad Pontificia de Comillas.

La extraña relación entre delincuencia y cárcel

Como dijimos, vamos publicando una serie de artículos de Ignacio González Sánchez que se pueden encontrar en the social science post, una página que pretende acercar a la gente investigaciones universitarias. En este se analizan datos estadísticos según los cuales, contra la creencia general de la masa desinformada, mientras la cantidad de delitos conocidos por la policía en los 25 años anteriores a su elaboración –el artículo es de 2014– ha permanecido estable o ha disminuido, el número de personas presas casi se ha duplicado. Es decir, que el uso que se hace de la cárcel no tiene demasiado que ver con la llamada «delincuencia».

La delincuencia se ha convertido en una experiencia cotidiana para la mayoría de nosotros. Es raro el día en que no oímos algo sobre un robo o un asesinato, incluso aunque no salgamos de casa. Los vecinos, la televisión, internet. Para la mayoría se trata de una experiencia diaria, si bien indirecta. La criminalidad, y la inquietud que nos genera, nos acompañan regularmente y, sin embargo, ¿cuándo fue la última vez que te robaron?  (De manera directa, no a través de la corrupción…).

Cuando se le pregunta a la gente por la situación delictiva en España, la mayoría está de acuerdo en que es mala, y el 92% está seguro de que la delincuencia ha aumentado mucho o muchísimo en los últimos años (ODA, 2005). Mucho o muchísimo, ojo. Saber si esto es cierto es algo muy complicado, para lo cual le podemos preguntar a distintas personas. Lo habitual, aunque sea sólo por inercia, es preguntarle a la policía, que son los profesionales en la materia. Cuando uno mira sus datos, ve que la delincuencia en España ha disminuido levemente (dentro de una estabilidad general) desde 1989 (es decir, durante los últimos 25 años).

Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Instituto Nacional de Estadística y del Ministerio del Interior.

Los datos sólo llegan hasta 2006 porque entonces se dejaron de publicar desagregados, y su publicación se ha ido deteriorando hasta ocasionar peticiones públicas de varios profesionales para una mayor transparencia y hasta el punto en que organismos europeos han preferido dejar en blanco lo relativo a las estadísticas españolas antes que publicar la información que estaba suministrando el Ministerio de Interior, por poco fiable (ver Aebi y Linde, 2010; Serrano Gómez, 2011).

Pero, ¿cómo mide la delincuencia la policía? Contando los delitos de los que tiene constancia. ¿Significa eso que hay más delincuencia que la que dice la policía? Evidentemente. Todas las veces que has delinquido, y no te han pillado, no están contabilizadas. A todos esos delitos que suceden y que el sistema penal no detecta, se les llama cifra oscura, y se estima que es bastante grande (pequeña para asesinatos, grande para evasión fiscal, por ejemplo). Por esto se ha señalado que las estadísticas policiales miden mejor la actividad de la policía que la de los delincuentes. Por ejemplo, si un día los policías no trabajasen, la delincuencia oficial sería cero, mientras que probablemente sería un día con delitos. Hubo un grupo de personas que pensaron que mejor que preguntarle a la policía, o para complementarlo, se le podía preguntar a la gente, en lo que se conocen como encuestas de victimización.

En España se le ha preguntado pocas veces a la gente si ha sido víctima de algún delito en el último año, o en los últimos 5 años. Aún así, si se juntan las tres encuestas de ámbito nacional realizadas (con algunas diferencias de método), la tendencia coincide con los datos policiales: la delincuencia en España ha disminuido ligeramente desde finales de los 80.

Gráfico 2. Personas que declaran haber sido víctimas de un delito (%) (1989-2008)

Fuente: García España et al., 2010.

La conclusión no es que en España la delincuencia ha disminuido, puesto que la policía puede haberse enterado de pocos delitos, o no poder contar cada año más porque sigan siendo los mismos policías y no den abasto (en realidad, ahora hay más policía que durante el franquismo). También puede ser que la gente tenga mala memoria o que no le dé la gana contarle a un encuestador su vida privada. En todo caso, lo que se puede afirmar es que no hay datos que digan que la delincuencia haya aumentado “mucho o muchísimo” en España. ¿Por qué lo piensa tanta gente, entonces?

Volviendo a nuestro tema, la cárcel, cabe preguntarse qué relación tienen los niveles de delincuencia con el uso de la cárcel. Parece claro que quien está en la cárcel ha delinquido, pero que no todo el que ha delinquido está en la cárcel. Yo no he estado preso, por ejemplo. A nivel agregado, la relación entre el número de presos y la delincuencia es compleja, y desde luego mediada por factores como la duración de las penas, las políticas sociales de un país o las alternativas existentes a la prisión. Para Canadá, EE.UU. y Finlandia, se observan tres tendencias distintas que sugieren que para entender estas variables necesitamos más información que la que nos provee el sentido común o las teorías jurídicas:

Gráfico 3. Evolución a lo largo del tiempo de las tasas de reclusos y delitos declarados en Finlandia, Canadá y EE.UU. (reclusos y delitos por cada 100.000habitantes) (1980=100)

Fuente: Lappi-Seppälä, 2008. Basado en estadísticas nacionales.

Volviendo a España, podría ser que la delincuencia, a pesar de no haber aumentado, sea mucha o poca. Para intentar que no sea meramente un juicio de valor, se puede comparar con los países de nuestro entorno. Ahí se ve que España tiene comparativamente poca delincuencia, y muchos presos (ver Díez Ripollés, 2006), lo cual apunta hacia un uso excesivo del encierro, más que a un problema de delincuencia. Con los gráficos anteriores en mente, de estabilidad en ligero descenso de la delincuencia, se puede ver ahora el de la evolución de presos.

Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, la Generalitat de Catalunya, el Ministerio del Interior y el Instituto Nacional de Estadística

Parece difícil explicarlo con los datos de la delincuencia. En 20 años en los que la delincuencia apenas varía, el número de presos se duplica muy holgadamente. ¿Por qué hay más presos si no hay más delincuencia? Ni siquiera es que la delincuencia haya disminuido proporcionalmente al aumento de presos, lo cual podría explicar que efectivamente encerrar a los delincuentes evita que se produzca delincuencia. De nuevo, hay que tener cuidado con cómo se mide la delincuencia. Incluso, podría ser que la gente tenga razón, pero lo interesante es ese consenso sin que existan datos en los que se basa. A su vez, la gente también piensa que en España hay pocos presos y que pasan poco tiempo en prisión, y los datos indican lo contrario. ¿De dónde nos informamos, cómo aprendemos, sobre cárcel y delincuencia? ¿Por qué tenemos tanta información sobre unas cosas y tan poca sobre otras?

Tal vez haya que mirar alrededor, o un poco más allá, y dejar de pensar la cárcel en términos estrechos relacionados únicamente con la delincuencia. La cárcel está inmersa en una red de relaciones institucionales que condicionan su funcionamiento; refleja unas visiones culturales a las que, a su vez, contribuye a dar forma; responde a relaciones de poder entre los distintos grupos que existen dentro de una misma sociedad; y se relaciona o enmarca dentro de políticas más amplias de gestión de la marginalidad, entre otras cosas. Pensar que la cárcel sólo es una respuesta automática a la delincuencia es no pensar la cárcel, sino sólo reflejar y reproducir la justificación de su existencia.

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Bibliografía:

Aebi, Marcelo y Antonia Linde (2010), “El misterioso caso de la desaparición de las estadísticas policiales españolas”, Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología 12. Ver.

Díez Ripollés, José Luis (2006), “Algunos rasgos de la delincuencia en España a comienzos del siglo XXI”, Revista Española de Investigación Criminológica 4. Ver.

García España, Elisa, José Luís Díez Ripollés, Fátima Pérez Jiménez, María José Benítez Jiménez y Ana Isabel Cerezo Domínguez (2010), “Evolución de la delincuencia en España: Análisis longitudinal con encuestas de victimización”, Revista Española de Investigaciones Criminológicas, 8. Ver.

García España, Elisa y Fátima Pérez Jiménez (2005), Seguridad ciudadana y actividades policiales. Informe ODA 2005, Málaga: Instituto Andaluz Interuniversitario de Criminología.

Lappi-Seppälä, Tapio (2008), “Confianza, bienestar y economía política. Explicación de las diferencias en materia de política penal”, en Serrano Maíllo, Alfonso y José Luis Guzmán Dálbora (eds.), Procesos de infracción de normas y de reacción a la infracción de normas: dos tradiciones criminológicas. Nuevos estudios en homenaje al profesor Alfonso Serrano Gómez, Madrid: Dykinson. Pp. 335-372.

Serrano Gómez, Alfonso (2011), “Dudosa fiabilidad de las estadísticas policiales sobre criminalidad en España”, Revista de Derecho Penal y Criminología 6: 425-454. Ver.

Ignacio González Sánchez

¿Cuándo fue la última vez que te paraste a pensar en la cárcel?


Ignacio González Sánchez es un chaval bastante joven que trabaja como profesor de criminología en la universidad de Gerona, aunque eso es lo de menos. Lo que nos interesa un poco más entre lo que le concierne es el discurso sobre la cárcel que de un tiempo a esta parte ha estado articulando, en charlas e intervenciones en jornadas de reflexión anticarcelaria, ofrecidas en diferentes lugares, de las que, como ejemplo, podéis ver el vídeo de su aportación a las III jornadas antipunitivistas organizadas por Salhaketa Nafarroa en noviembre del año pasado. Que sepamos, él hace una síntesis de muchas aportaciones críticas sobre la cárcel y el sistema penal, combatiendo los tópicos de la desinformación sobre este tema que invaden los medios de incomunicación y las huecas cabezas de los conformistas. Vamos a publicar, poco a poco, una serie de artículos suyos que hemos encontrado en internet, testimonio de su labor, iniciada ya hace unos cuantos años. Aquí va el primero.

¿CUÁNDO FUE LA ÚLTIMA VEZ QUE TE PARASTE A PENSAR EN «LA CÁRCEL»?

Sin cárcel que atemorizase a los delincuentes y evitase los robos y los asesinatos, la sociedad no podría mantenerse. No obstante, la cárcel como pena apenas cuenta con 300 años. ¿Cómo mantenían un cierto grado de orden las sociedades anteriores? ¿Evita la cárcel que haya robos y asesinatos hoy en día? ¿Por qué nos parece una respuesta tan natural y válida encerrar a alguien que incumple la ley? ¿Por qué los castigos corporales nos generan aversión y a nuestros antepasados no? ¿Eran menos humanos que nosotros? ¿Por qué no consideramos el encierro como un castigo corporal? ¿Es casualidad que la cárcel surgiese paralelamente a las grandes ciudades y a la pobreza? ¿Es la cárcel una institución capitalista?

Descubrir que la cárcel tiene un origen histórico, y que no ha estado ahí “desde siempre”, es en sí mismo un acto político. No hablo ni siquiera de dejar de entender la cárcel como una consecuencia automática de la aplicación del Derecho y verla como una institución política (Foucault, 1975) –algo, por lo demás, fundamental si se quiere entender mínimamente esta institución-, sino simplemente de desnaturalizar el que la respuesta a la delincuencia (¿a todas las formas de delincuencia?) sea encerrar a alguien.

¿Qué sentido tiene encerrar a alguien? O mejor, ¿qué sentidos tiene encerrar a alguien? La cárcel tiene que dar el suficiente miedo como para que quien se plantee delinquir termine por no hacerlo. Para ello ha de tener unas condiciones malas. No obstante, le pedimos constitucionalmente a la cárcel que rehabilite a los delincuentes. ¿Todos los delincuentes necesitan rehabilitarse, resocializarse? ¿Cómo queremos que la cárcel rehabilite si a la vez nos molesta que tengan un televisor –herramienta básica para mantenerse informado-? ¿Cómo podemos convivir con ideas tan contradictorias como reprocharle a la cárcel que sea poco exitosa rehabilitando y a la vez deseamos que muchos delincuentes “se pudran” en la cárcel? No a todos los delincuentes, porque hay de muchos tipos, pero entonces ¿por qué usamos para todos el mismo remedio, la cárcel? ¿Alguien se resocializa pudriéndose? ¿Es justo que le pida a una persona que se reinserte en una sociedad alejándolo de ésta y dejándolo en barbecho junto con otros delincuentes durante años? Ahondar en las contradicciones y en las demandas opuestas a las que tiene que hacer frente la cárcel es un primer paso para comprender sus dinámicas internas.

No obstante, se repite mucho que el problema es que las penas no son suficientemente duras y que delinquir sale gratis. Sin volver a la contradicción de pedirle a la cárcel que sea tan mala como para que nadie quiera ir allí, pero tan buena como para ofrecerle oportunidades a los presos que la propia sociedad no les ha dado, se puede acudir a los datos: España tiene ya uno de los Códigos penales más duros de Europa, y las penas son el doble de las previstas de media para el resto de los países europeos. Es decir, comparativamente, en España se castiga una barbaridad, a pesar de hacerlo de una forma tan civilizada como la cárcel. Estamos en el podio de los países que más castigan de la antigua UE-15. ¿Por qué no sabemos esto, si precisamente la finalidad de las leyes duras es que su conocimiento prevenga el delito? ¿Tiene que ver con un intento desesperado de frenar el incremento de la inseguridad? Podría ser, pero coincide que la delincuencia en España es particularmente baja, especialmente en lo relativo a delitos violentos (de los tres países europeos más seguros en materia criminal). No sólo es baja, sino que la tasa de delincuencia lleva estabilizada en ligero descenso desde 1989, mientras que el número de presos y de policía ha seguido aumentando. ¿Por qué, si no hay más delincuencia, se amplía el uso de sistema penal? Si no hay más delitos pero hay más presos, ¿a quiénes se está encerrando? ¿Por qué se sigue oyendo a políticos que piden el “cumplimiento íntegro de las penas” cuando éste ya se aprobó en 1995? ¿Saberlo no ayudaría a reducir la delincuencia? ¿La delincuencia depende de los cálculos que hagan los delincuentes con el Código penal en mano? Por cierto, ¿quiénes son “los delincuentes”? ¿Alguna vez has delinquido? ¿Te consideras un delincuente?

Lo fundamental, más que estos datos que más adelante se explicarán debida y matizadamente (ver González Sánchez, 2011), es el hecho de nuestra ignorancia al respecto. En verdad, ni siquiera sabemos que lo ignoramos, porque la cárcel y la penalidad nos dan respuestas a preguntas que no llegamos a plantearnos explícitamente, precisamente porque ya tenemos unas respuestas “válidas”, preconcebidas. Esta fuerza cultural que tiene la cárcel para proveer una guía de actuación simple y cuasi automática ante un fenómeno tan complejo como es el de la delincuencia, es tan importante como el hecho de que la mayoría de las personas penalizadas pertenecen a las clases bajas, por lo que algunos autores plantean que no es una respuesta cuasi automática a la delincuencia, sino a la pobreza y el conflicto social inherente a una sociedad desigualitaria. Su faceta material, represiva (de conductas, de cuerpos), y su faceta comunicativa productiva (de categorías sociales, de reducir las ansiedades) se entrelazan y refuerzan constantemente.

En la serie de textos que seguirán a este, me centraré en la “penalidad”, entendida como el conjunto de leyes, procedimientos, discursos, instituciones y prácticas asociadas al castigo como institución social (Garland, 1990). Cómo y cuánto castigamos, o nos castigan. El primer paso es descubrir que, en general, no pensamos sobre la cárcel y el sistema penal, sino que pensamos con él, a través de él. Si la cárcel sirve para reducir la delincuencia y la delincuencia está aumentando, habrá que aumentar los años de cárcel, se piensa lógica y evidentemente (o, mejor, se sabe sin pensar, debido precisamente a que es “evidente”). Raramente nos cuestionamos si la cárcel sirve para reducir la delincuencia, si las penas ya son suficientemente elevadas, o siquiera si la delincuencia está aumentando o no. O cómo mide la policía la delincuencia. Le encargamos al Estado la custodia de ciudadanos y ni siquiera sabemos cuáles son las condiciones del encarcelamiento, ni cuánta gente hay, ni si salen de allí y en qué condiciones. La cárcel promete una solución sencilla a un problema complejo, y tal vez con eso le sea suficiente. Aquí se promete plantear cuestiones sencillas a una institución aparentemente sencilla, pero muy compleja.

¿Cuándo ha sido la primera vez que te has parado a pensar en “la cárcel”?

Ignacio González Sánchez

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Bibliografía:

Foucault, Michel. [1975]. Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Madrid: Siglo XXI, 1979.

Garland, David. [1990]. Castigo y sociedad moderna: un estudio de teoría social. México: Siglo XXI, 1999.

González Sánchez, Ignacio. (2011). “Aumento de presos y Código Penal: una explicación insuficiente”. Revista Electrónica de Ciencia Penal y Criminología 13: artículo 4.