Itinerario de Familias frente a la crueldad carcelaria: continuamos preparando la campaña de crowdfunding

Las personas presas, como cualquier otra y un poco más, necesitan muchos cuidados, una parte de los cuales, por exigencia legal, deberían serles proporcionados por la administración penitenciaria que les mantiene encerrados pero está obligada por sus propias leyes a velar al mismo tiempo por su salud y calidad de vida y a proporcionarles los medios para su reinserción social, la finalidad constitucional de las penas de cárcel. Desgraciadamente, no es sólo que eso no se cumpla, sino que el sistema penitenciario resulta muy destructivo tanto para quienes lo sufren encerrados como para sus familiares y allegados.

Torturas y malos tratos frecuentes e impunes. Régimen de castigo por aislamiento sumamente destructivo. Traslados arbitrarios y punitivos, desarraigantes, desocializantes. Abandono médico. Uso arbitrario de fármacos psicotrópicos. Enfermos mentales presos y, frecuentemente, en régimen de castigo. No excarcelación de enfermos graves y terminales hasta que no es inminente su muerte. Doble discriminacón de las mujeres presas, pues las cárceles están pensadas para hombres. Explotación laboral. Condenas muy largas en general, con dos tipos de cadena perpetua, en la que la resocialización es imposible. Alto índice de mortalidad, por enfermedad grave, sobredosis y suicidios principalmente. Indefensión jurídica manifiesta.

Para intentar enfrentarse a estas situaciones las familias deben hacer grandes esfuerzos, con gran impacto económico, psicológico y social, en su salud y en su vida, como si, no habiendo hecho nada, tuvieran que sufrir también una condena. Nuestra asociación la formaron en 2017 un grupo de mujeres que tenían familiares presos o los habían perdido: sus hijos, hermanos o compañeros habían muerto estando en prisión. Entre ellas, Pastora González, la madre de Xosé Tarrío, que fue para nosotras una compañera importante por su contagiosa energía y gran corazón. Empezamos con mucho ímpetu. El apoyo y el cuidado recíproco entre nosotras era nuestra principal fuente de energía. Con ayuda de una psicoterapeuta, hicimos varios talleres en los que aprender a articularlo. Encuentros personales, directos, entre nosotras, que aprovechábamos también para hacer asambleas y tomar decisiones.

Encontramos apoyo sobre todo en gente libertaria de Valencia que mantenía una cierta comunidad de lucha, integrándonos como un grupo más en su caja de resistencia. Esa ha sido durante años nuestra principal fuente de financiación. Nos movilizamos juntas durante varios años en actividades de recaudación y, además, haciendo concentraciones anuales frente a las cárceles de Picassent y Albocàsser y también en la Secretaría General de Institucionanes Penitenciarias, coordinándonos en lo posible con las luchas de las personas presas y con algunos grupos anticarcelarios de la calle y buscando el contacto directo con la gente que sufría los mismos problemas que nosotras. También intentamos comunicarnos a través de redes sociales y otros recursos en internet. Nuestros gastos han sido mayormente los que nos ha ocasionado la necesidad de contar con abogados para denunciar e intentar buscar reparación ante las vulneraciones de los derechos de nuestra gente.

Aquella sinergia casi se ha roto. Pastora murió y otras compañeras han ido abandonando la asociación. Pero, aunque un poco agotadas, aún quedamos unas cuantas y, sobre todo, aún tenemos gastos sin cubrir y casos abiertos. Uno de ellos, por ejemplo, el de un muchacho que murió en prisión. Otros dos de enfermos mentales presos, uno de los cuales hemos conseguido que salga, pero persiste su enfermedad psíquica y aún le quedan causas pendientes, acusado por los carceleros, de cuando aún estaba preso y en régimen de aislamiento. El otro sigue preso y en régimen de castigo sin ningún tratamiento adecuado. Otros casos son de grandes condenas.

Nos dirigimos una vez más a personas y grupos afines para pediros vuestro apoyo en el desarrollo de la campaña de crowdfunding que estamos preparando. Nos vendría bien un poco de ayuda económica, desde luego, pero es tanto o más importante la comunicación y la solidaridad práctica, que crezca en lugar de ir a menos como parece suceder de un tiempo a esta parte. Es necesario afrontar lo que pasa en las cárceles, actuar día a día frente a ello. ¡No nos dejéis solas! ¡No dejemos sola a la gente encarcelada!

Familias frente a la crueldad carcelaria: quienes y cómo

QUIÉNES Y CÓMO

Somos familiares de personas presas y gente que mantiene relaciones de amistad y solidaridad con algunas de ellas. Estamos intentando apoyarnos mutuamente, organizarnos y coordinarnos para afrontar las condiciones de existencia crueles, inhumanas y degradantes que se imponen a nuestros seres queridos encerrados en las cárceles, y hacer lo necesario para detener esa crueldad, inhumanidad y degradación. Nuestro primer propósito es documentar y denunciar, tanto públicamente como en los tribunales, todas esas vulneraciones de derechos, enmascaradas hipócritamente tras el “principio de reinserción social” como finalidad del poder punitivo del Estado. Principio proclamado en la constitución y en las leyes penales, pero desvirtuado e incluso abolido por la verdadera práctica social y política.

Aunque nuestra intención es defender a las personas vivas y evitar nuevas pérdidas, muchas de nosotras hemos sufrido la muerte de nuestros hijos o hijas, hermanos o hermanas, compañeros o compañeras, personas supuestamente confiadas al “cuidado” de las instituciones estatales. Uno de los problemas más graves entre los que tenemos que afrontar, tanto si hemos sufrido una muerte como el alejamiento forzado de alguien muy próximo, es nuestro propio dolor, nuestro miedo y nuestra rabia por lo que nos ha sucedido. Emociones negativas, muy a menudo insoportables, incluso destructivas. Son como una condena suplementaria que sufrimos sin acusación ni delito. Y esa es, en principio, la experiencia común que nos une.

Pero queremos transformar nuestro vínculo por medio del conocimiento, la comprensión y el cuidado mutuos. Fortalecerlo a través de la solidaridad y el diálogo, de la elección de objetivos comunes y de los medios para alcanzarlos, del trabajo compartido en la práctica correspondiente. Queremos aprender de nuestro dolor, darle la vuelta contra lo que lo ha causado, canalizarlo de una forma constructiva, para que, en vez de hacernos un daño irreparable, se convierta en la fuerza que nos mueva en el intento de que lo que nos ha sucedido a nosotras no pueda seguir ocurriendo ante la indiferencia general. Queremos cuidar a nuestra gente y cuidarnos nosotras, cada una a sí misma y todas a todas. Defender a nuestras personas queridas y defendernos nosotras de todas las injusticias, agresiones y abusos, tergiversaciones y mentiras que hemos sufrido, estamos sufriendo o nos amenazan.

Queremos dar a conocer los abusos y atropellos, la violencia que se nos infiere, desenmascarando la mentira de que hay justicia, de que cada cual tiene lo que se merece, cuando la verdad es todo lo contrario. ¿Se han merecido nuestros hijos e hijas, hermanos y hermanas, compañeros y compañeras todo lo que les han hecho sufrir? ¿Nos lo merecemos nosotras? Queremos luchar por la justicia y la verdad, reclamarlas activamente, construir día a día nuestra propia perspectiva de las mismas. Proclamar, describir, analizar la triste y cruel realidad que conocemos por experiencia. Señalar todo lo que se debe cambiar en ella. Cambiarlo efectivamente en la medida de nuestras fuerzas. Y hemos visto que, para ello, además de ese cuidado mutuo que sería la base de nuestro proyecto, necesitamos, entre otras, algunas herramientas de comunicación.

Frente a la gente en general. Frente a la llamada “opinión pública, excesivamente manipulada, a nuestro juicio, como para merecer ese nombre. Frente a la sociedad, si es que se puede llamar así a alguna entidad real que no sea el mercado. Y, preferentemente, frente al Estado, sus instituciones y agentes. Para visibilizar, señalar, denunciar todas esas situaciones de deshumanización, discriminación y carencia. Para argumentar, reivindicar, demostrar la necesidad de atenderlas, de hacer lo necesario para que no puedan volver a producirse. Aquí necesitaríamos también, evidentemente, asesoramiento y apoyo jurídico, para denunciar todo lo denunciable, reclamar y contribuir a hacer justicia, en la medida que sea posible por esos medios; para ponerlo en evidencia, si es imposible. Y, todavía más, necesitaríamos estrategias de movilización, para hablar cara a cara a la gente de la calle y a las autoridades responsables, y encontrarnos entre nosotras, directa y personalmente, unidas y en pie ante los problemas, sus planteamientos y posibles soluciones.

Porque la más importante es la comunicación que logremos entre nosotras mismas, familiares, amistades y apoyos de las personas presas y, sobre todo, con ellas, incluidas en la comunidad que seamos capaces de formar. Pues no podemos permitir que unos mecanismos sociales tan perniciosos e injustos como los punitivos las separen a ellas de esa comunidad, desarticulándola, dividiéndonos para que venzan intereses y poderes que nada tienen que ver con los nuestros. Del diálogo directo entre nosotras, de la discusión respetuosa, horizontal y transparente, firmemente asentada sobre la solidaridad entre todas, tiene que surgir nuestro proyecto común, diseñado día a día desde la reflexión colectiva, de manera que la participación, la responsabilidad y la libertad de cada cual garanticen las de todo el colectivo. Lo que hagamos para extender armoniosamente esa comunidad equivale a la búsqueda de las afinidades y alianzas que necesitamos para constituir la fuerza que nos permita defendernos y defender a nuestra gente, como ya hemos dicho.

Hacemos, por tanto, un llamamiento a unirnos y coordinarnos en la creación y realización de ese proyecto, a todas las familias, amistades y vecindario de personas presas y a toda persona sensible y respetuosa de la dignidad humana. Y, especialmente, nos parece indispensable la colaboración con los profesionales de la abogacía, la medicina, la psicología, la investigación social… que trabajen en este campo en el mismo sentido que nosotras. Así como con quienes participan en proyectos de oposición a la cultura del castigo, grupos de apoyo a personas presas, asociaciones abolicionistas o garantistas, dedicadas, por ejemplo, a la defensa concreta de los derechos humanos o a la prevención y denuncia de la tortura. Partiendo del respeto mutuo, del diálogo igualitario, de la autonomía de cada grupo y persona y de la coordinación horizontal de los esfuerzos de todas, deberíamos intentar actuar al unísono configurando la fuerza social, la comunidad de deseos, intereses y procedimientos necesaria para el logro de nuestros objetivos.

Los porqués de Familias frente a la crueldad carcelaria

Bajo la acción de los sistemas penal y penitenciario españoles que, según proclaman las leyes que supuestamente los crean y regulan, deberían proteger y garantizar el ejercicio de nuestros derechos y libertades, se imponen todos los días a las personas presas toda clase de tratos crueles, inhumanos y degradantes. Las torturas y maltratos son frecuentes en las cárceles. Existe un régimen de castigo que destruye física y mentalmente a quienes lo padecen. Se traslada arbitrariamente a la gente, muchas veces con intención punitiva o como represalia por una actitud reivindicativa, desarraigándola de su entorno social y familiar. Se obstaculizan las comunicaciones con el exterior, imponiendo despóticamente intervenciones de las mismas y todo tipo de restricciones. El acceso a la cultura es casi inexistente y se puede prohibir, por ejemplo, cualquier libro o publicación, por “motivos de seguridad”. La explotación laboral es enorme, llegando a cobrar muchos trabajadores presos salarios de alrededor de un euro la hora y, a veces, menos.

En las cárceles de mujeres se sufre una doble discriminación, por presas y por mujeres. Empezando porque en su mayor parte no son más que pequeños departamentos en prisiones pensadas para hombres, donde malviven hacinadas, con menos recursos económicos o materiales y menores opciones en cuanto a uso de instalaciones, actividades educativas, culturales, recreativas o laborales, con trabajos especialmente alienantes y todavía peor pagados. Se les exige mayor docilidad y sumisión que a los hombres, sufriendo un porcentaje superior de sanciones y clasificaciones en primer grado, pese a ser menos agresivas. Al no haber departamentos de régimen cerrado más que en unas pocas prisiones, las tildadas de «conflictivas» son trasladadas automáticamente lejos de su gente. Lo mismo que cuando el único módulo de mujeres de una cárcel lo hacen «de respeto» y alguna no quiere someterse forzadamente a un «contrato terapeútico» que implica un tratamiento especialmente estricto y humillante. Igualmente, como existen pocas «unidades de madres», quien tenga alguna criatura menor de tres años, debe elegir entre renunciar a la convivencia con ella y la conducción, con el consiguiente desarraigo social y familiar. Y son frecuentes los abusos sexuales por parte de los carceleros.

La situación sanitaria general es catastrófica, porque la administración penitenciaria incumple sistemáticamente su obligación legal de asegurar a las personas presas unos cuidados médico-sanitarios iguales a los de cualquier ciudadano, y se abandona a las personas enfermas sin proporcionarles, como en el caso de quienes padecen hepatitis C, la medicación y los tratamientos que podrían curarles, ya que la autoridad penitenciaria se niega a sufragarlos, aun desobedeciendo decisiones judiciales. La deuda acumulada de Instituciones Penitenciarias con la sanidad autonómica, a la que se ha encomendado la atención hospitalaria de las personas presas sin ninguna dotación presupuestaria, es de cientos de millones de euros. Y, sin embargo, no se aplica la legislación que dispone que deben ser liberadas las personas presas con enfermedades graves, incurables y terminales, más que cuando ya es inevitable su muerte a corto plazo.

El tráfico de drogas ilegales está consentido y, además, se proporciona a las personas encarceladas todo tipo de drogas legales adictivas, sin apenas control médico, para que no molesten. Quienes sufren alguna enfermedad psiquiátrica constituyen un porcentaje muy elevado de la población reclusa, sin que se les reconozca su condición ni se les cuide. Los médicos son a menudo cómplices de los frecuentes malos tratos, al hacer la vista gorda ante las lesiones resultantes. La mortalidad es en las cárceles mucho más alta que en la calle y menudean las muertes atribuidas muchas veces a causas como «suicidio», «sobredosis» o » muerte súbita» y ocurridas en circunstancias extrañas y dudosas, que nunca se aclaran, pues no se cumplen los trámites prescritos legalmente para ello ni se da a los familiares la oportunidad de exigirlos.

Tanto las personas presas como sus familias están indefensas ante todas esas negligencias y vulneraciones de la ley, y frente a multitud de decisiones de las administraciones carcelaria y judicial que les perjudican gravemente. Los Servicios de Orientación y Asistencia Jurídica Penitenciaria y la justicia gratuita son insuficientes. Los Juzgados de Vigilancia, encargados de la “tutela judicial efectiva” de los derechos de los presos, inoperantes. El poder punitivo del Estado se ejerce sin respetar ninguno de esos derechos que, en teoría, lo justifican.

La llamada “opinión pública” no solamente calla ante esta situación, sino que difunde mayoritariamente los discursos demagógicos del populismo punitivo o la visión interesadamente distorsionada de los sindicatos de carceleros, que quieren defender sus condiciones de trabajo acusando a las personas presas de agredirles frecuentemente a ellos, inventando, exagerando y tergiversando los episodios reales de violencia que, como sabe cualquiera que conozca las cárceles de cerca, recae rutinariamente sobre las personas presas afectadas por esa acumulación de agresiones institucionales, y no sobre los “profesionales” carceleros.

Por qué muere nuestra gente en las cárceles

POR QUÉ MUERE NUESTRA GENTE EN LAS CÁRCELES

Porque allí son habituales las torturas y malos tratos. Existe un régimen de castigo que destruye física y mentalmente a sus víctimas. Se traslada arbitrariamente a la gente, desarraigándola de su entorno social y familiar. Se obstaculizan las comunicaciones con la calle, imponiendo despóticamente su intervención o su privación como castigo. El acceso a la cultura casi no existe. Se censuran las publicaciones «por motivos de seguridad». No existe libertad de expresión ni de asociación. La explotación laboral es enorme. Las mujeres presas están doblemente discriminadas, por presas y por mujeres.

La situación sanitaria es catastrófica, porque la administración penitenciaria incumple sistemáticamente su obligación legal de asegurar a las personas presas unas prestaciones médicas, sanitarias y farmaceúticas iguales a las de cualquier ciudadano. Se abandona a los enfermos sin proporcionarles la medicación y los tratamientos que podrían salvarles. Y, sin embargo, no se aplica la legislación que dispone que deben ser liberados los enfermos muy graves y con padecimientos incurables más que cuando ya es inevitable su muerte a corto plazo. Los enfermos psiquiátricos constituyen un porcentaje muy elevado de la población reclusa, sin que se les reconozca su condición ni se les cuide, yendo a parar muchos de ellos, por el contrario, al régimen de castigo, de donde han salido muertos unos cuantos. En las cárceles no existe psiquiatría ni psicoterapia que valga. Y no es que pensemos que la actividad corriente de los «profesionales de la salud mental» sea ninguna panacea, pero siempre será mejor que el aislamiento, las porras de goma, el gas pimienta o las sujecciones mecánicas.

No es extraño que más de la mitad de los puestos de trabajo médico-sanitario permanezcan vacantes: ¿quién va a querer trabajar en condiciones tan indignas? De los que tienen estómago suficiente, muchos médicos suelen hacerse cómplices de las frecuentes torturas al hacer la vista gorda ante las lesiones resul-tantes. El tráfico de drogas ilegales está con-sentido, pero, además, se proporciona a los presos todo tipo de drogas legales adictivas sin apenas control médico, para que no molesten. Se suministra metadona sin necesidad y con tal negligencia que ha habido muchas muertes por sobredosis, administradas por los mismos servicios médicos carcelarios. La mortalidad –muchas veces por causas como sobredosis, suicidio o «muerte súbita»– es en las cárceles mucho más elevada que en la calle y abundan los fallecimientos en extrañas y dudosas circunstancias, nunca aclaradas, ya que no se cumplen los trámites prescritos legalmente para ello ni se ofrece a los familiares la oportunidad de exigirlos.

Las personas presas están indefensas frente a todo eso y ante multitud de decisiones de las autoridades carcelarias y judiciales que les perjudican gravemente. Los Servicios de Orientación y Asistencia Jurídica Penitenciaria y la justicia gratuita son insuficientes. Los Juzgados de Vigilancia, encargados de la «tutela judicial efectiva» de los derechos de las personas presas, inoperantes. El poder punitivo del Estado se ejerce sin respetar ninguno de esos derechos que, en teoría, lo justifican.

Somos familiares y gente solidaria con las personas presas. Algunas hemos sufrido la muerte de nuestros hijos, hermanos o compañeros, supuestamente confiados al “cuidado” de las instituciones estatales. Estamos intentando apoyarnos mutuamente, organizarnos y coordinarnos para afrontar, denunciar y, a ser posible, detener esa situación degradante. Nos dirigimos a toda persona o grupo que pueda sentir alguna solidaridad o afinidad con nosotras para pediros vuestro apoyo. Queremos hacer una campaña de “micromecenazgo” (crowfunding) para hacer frente a nuestros gastos pendientes y poder mirar hacia el futuro con un poco más de tranquilidad. Os agradeceríamos cualquier tipo de colaboración, económica, de difusión, o del tipo que se os ocurra. Esto es un primer contacto. Habrá más, y os avisaremos cuando iniciemos la campaña.

Familias frente a la crueldad carcelaria

¡Juan Ruiz a la calle!

Juan Ruiz López lleva preso demasiados años, casi veinte desde su última entrada, que tampoco ha sido la primera. La mayor parte de ese tiempo lo ha pasado en primer grado o en régimen especial de castigo, lo que se llama DERT en Cataluña. Por reivindicar y exigir sus derechos, pero también porque, padeciendo un trastorno mental muy grave, es totalmente incapaz de adaptarse a la absurda vida carcelaria. Así que no han dejado de sufrir castigos, encierro, aislamiento, ataduras, palizas y torturas, lo que la institución carcelera tiene reservado para gente como él en lugar de los cuidados que la sociedad debería ofrecer a un enfermo de esas características.

Como esos cuidados son imposibles en unas cárceles donde no hay psiquiatría en absoluto y ni siquiera apenas sanidad, medicina o servicio de salud alguno, lo que debería ser tratado como síntoma patológico se convierte en infracción y conduce a un régimen de castigo tan destructivo que vuelve locos hasta a los más cuerdos. Y es que para eso sirve la cárcel, para arrinconar, condicionar brutalmente y destruir más o menos rápidamente a los inadaptados, mientras vive de su sufrimiento y miseria una legión de parásitos.

Juan nos ha hecho llegar un vídeo explicando que no le dan el tratamiento farmacológico que tiene prescrito, que no le proporcionan tampoco ningún otro tipo de tratamiento médico ni terapéutico, que ni siquiera le dejan ver a su madre anciana. Dice que tiene «las ganas de quitarse la vida». Juan debería ser excarcelado, debería haberlo sido hace mucho tiempo, porque dentro no puede dejar de recorrer una y otra vez el mismo círculo vicioso, buscarse más condenas, morir poco a poco o de una vez para siempre, por su propia mano o a las de los carceleros.

¡No le dejemos solo!

Aquí se le puede escribir a él:

Juan Ruiz López
Centro Penitenciario Mas d’Enric
Travessia Comella Moro 15
43764 El Catllar, Tarragona

Y aquí debajo teléfonos para llamar a las instituciones responsables interesándose por Juan:

Departamento de Justicia de la Generalitat: 93 857 40 00
Cárcel de Mas d’ Enric: 977 59 20 70

29 de diciembre, manifestación en la Ciudad de la Injusticia de Barcelona contra la impunidad de las muertes bajo custodia

Ante el silencio de la administración, las familias salimos para denunciar los mecanismos de impunidad y opacidad que sostienen un sistema carcelario que es asesino y encubre a sus verdugos.

¿Qué pasa con nuestrxs muertxs?

Algunas familias como en el caso de menores tutelados denuncian la donación de órganos sin consentimiento previo.

Las auptopsias no cumplen con los mínimos protocolos para estas situaciones de gravedad.

Los informes toxicológicos revelan altas dosis de sedantes suministrados por personal de la administración sin que se investigue a nadie.
Las denuncias son ignoradas con un silencio a nuestras peticiones de investigación.

Abolición es reparación y memoria colectiva.